lunes, 27 de agosto de 2007

Oratoria. Unidad II: Importancia del alma

En reiteradas ocasiones en este curso ustedes escuchan hablar o leer acerca de los asuntos relacionados con el alma. ¿Cuál es su conexión con el tema oratorio? Corresponde a una conexión férrea, de importancia radical. En las clases presenciales a muchos de ustedes les hemos dicho que esta alma es un elemento central en la comunicación entre el orador y quienes lo escuchan.
Hablamos de que hay verdadera eficacia persuasiva en el mensaje que alguien comunica cuando esta persona que habla, que quiere llegar con un mensaje para convencer a los otros de algo, es capaz de tender un puente entre él y sus escuchas. Este puente es, por tanto, entre su alma y el alma del público que lo oye. ¿Cómo tiende ese puente entre su alma y la de ellos? Siendo él mismo, sacando afuera toda su sensibilidad y sinceridad como persona, mostrándose tal cual es, qué lo emociona, qué lo irrita, cuáles son sus sueños, sus posturas ante determinados temas de la vida, sin llegar a pretender que sean buenos o excepcionales, simplemente dando cuenta que son sus postulados, sus ideas, sus emociones, su modo de ver la vida y enfrentarla. Con honestidad, eso es mostrar su alma desnuda, es un acto de confianza que las asambleas valoran porque entienden que la persona que les habla lo hace desde el más puro y descubierto de sus estados. Incluso puede haber más que las palabras cual lo refiere un artículo de Hispana y Oratoria, de la Universidad Complutense de Madrid: “Sólo en la palabra que se pronuncia puede caber con toda su expresión y su brote germinal, el estado y el anhelo de un alma. Y cuando las palabras son insuficientes -conocéis el dicho “no tengo palabras para expresarlo”-, aún queda el gemido, el talante, el ademán y el gesto que acompañan al discurso y ayudan al orador en el difícil cometido de su empresa”. No hay oratoria en la verborrea sin sustancia, ni en la charla insípida, ni siquiera en los párrafos tersos y brillantes. Hay oratoria cuando el alma del que dice se proyecta al exterior y se anuda a las almas de aquellos que le atienden. El presupuesto indispensable radica en una pasión pathos o ethos, vehemente o tranquila, como dice Quintiliano, que la razón ordena y el arte en el manejo de la palabra convierte en fluida y asequible. San Pablo intuyó como nadie, para su gran oratoria sagrada, la evidencia palpable de esta realidad cuando en el capítulo XIII de la primera de sus Epístolas a los fieles de Corinto, les dice: “Aunque yo hablara el lenguaje de los ángeles, si no tuviere caridad, vendría a ser como la campana loca que suena en vuestros oídos, pero que no acierta a conmover vuestros corazones”. Recapitulando: 1) No tenemos lenguaje persuasivo si no involucramos nuestra alma. 2) El alma sinceramente expuesta es el puente que tiendo entre quienes me escuchan y mi situación puntual de dueño de un mensaje por entregar (orador). 3) La palabra no lo es todo, está el gemido, el grito, el talante, el ademán, el gesto incluso el silencio para expresar algo y hacerlo con fuerza honesta. 4) Podemos manejar perfectamente el idioma y tener un rico diccionario, pero si nuestro mensaje va desprovisto de emociones no correrá gran suerte.

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