miércoles, 7 de mayo de 2008

ROLES Y RUTINAS

Extracto del Seminario de Título “La Comunicación no Verbal en las Organizaciones”, de Salas, Sepúlveda y Serrano. Escuela de Relaciones Públicas UST. 2002.

Otro punto importante dentro de la comunicación no verbal, es el desarrollo de “las actuaciones” de los individuos en la vida cotidiana. El autor que ha expuesto este tema es Ervin Goffman quien explica que cuando un individuo desempeña un papel, solicita implícitamente a sus observadores que tomen en serio la impresión promovida ante ellos. Se les pide que crean que el sujeto que ven posee en realidad los atributos que aparenta poseer, que la tarea que realiza tendrá las consecuencias que en forma implícita pretende y que, en general, las cosas son como aparentan ser. De acuerdo con esto, existe el concepto popular de que el individuo ofrece su actuación y presenta su función “para el beneficio de otra gente”. Sería convincente iniciar un examen de las actuaciones invirtiendo el problema y observando la propia confianza del individuo en la impresión de realidad que intenta engendrar en aquellos entre quienes se encuentra.
En un extremo, se descubre que el actuante puede creer por completo en sus propios actos; puede estar sinceramente convencido de que la impresión de realidad que pone en escena es la verdadera realidad. Cuando su público también se convence de la representación que él ofrece –y éste parece ser el caso típico-, entonces, al menos al principio, sólo el sociólogo o los resentidos sociales abrigarán dudas acerca de la “realidad” de lo que se presenta.
En el otro extremo, descubrimos que el actuante puede no engañarse con su propia rutina. Esta posibilidad es comprensible, ya que ninguno se encuentra en mejor lugar de observación para ver el juego que la persona que lo desempeña. Al mismo tiempo, el actuante puede querer guiar la convicción de su público sólo como un medio para otros fines, sin un interés fundamental en la concepción que de él o de la situación tiene éste.
Cuando un individuo no deposita confianza en sus actos ni le interesan mayormente las creencias de su público, podemos llamarlo cínico, reservando el término “sincero” para individuos que creen en la impresión que fomenta su actuación. Se debería entender que el cínico, con toda su desenvoltura profesional, puede obtener placeres no profesionales de su mascarada, experimentando una especie de gozosa agresión espiritual ante la posibilidad de jugar a voluntad con algo que su público debe tomar seriamente.
El término “actuación”, señalado por Goldhaber, es “toda actividad de un individuo que tiene lugar durante un periodo señalado por su presencia continua ante un conjunto particular de observadores y posee cierta influencia sobre ellos”.[1] Será conveniente dar el nombre de “fachada” a la parte de la actuación del individuo que funciona regularmente de un modo general y prefijado, a fin de definir la situación con respecto a aquellos que observan dicha actuación. La fachada, entonces, es la dotación expresiva de tipo corriente empleada intencional o inconscientemente por el individuo durante su actuación.
Es conveniente, a veces, dividir los estímulos que componen la fachada personal, en “apariencia” y “modales”, de acuerdo con la función que desempeña la información transmitida por estos estímulos. La apariencia se refiere a aquellos estímulos que funcionan en el momento de informarnos acerca del status social del actuante y los modales, por su parte, se refieren a aquellos estímulos que funcionan en el momento de advertirnos acerca del rol de interacción que el actuante esperará desempeñar en la situación que se avecina. Por otro lado, se ha señalado que el actuante puede confiar en que el auditorio acepte sugerencias menores como signo de algo importante acerca de su actuación. Este hecho conveniente tiene una implicancia inconveniente.
En virtud de la misma tendencia a aceptar signos, el auditorio puede entender erróneamente el significado que debía ser transmitido por la sugerencia, o puede ver un significado molesto en gestos o hechos accidentales e inadvertidos y no destinados por el actuante a contener significado alguno.
En respuesta a estas contingencias de la comunicación, los actuantes intentan por lo general ejercer una especie de responsabilidad sinecdóquica, asegurándose de que en la actuación tendrá lugar la mayor cantidad posible de sucesos de menor importancia, por inconsecuentes que puedan ser estos eventos desde el punto de vista instrumental, de modo de no trasmitir impresión alguna o bien una impresión compatible y consistente con la definición general de la situación que se fomenta.
En nuestra sociedad, algunos gestos impensados se producen en una variedad tan grande de actuaciones, y transmiten impresiones que son por lo general tan incompatibles con las que se fomentan, que estos hechos inoportunos han adquirido un status simbólico colectivo. [2]
En su obra Goffman también señala la importancia de los equipos. Utiliza la palabra “equipo de actuación” o simplemente “equipo” para referirse a cualquier conjunto de individuos que cooperan para representar una rutina determinada.
Al sugerir que los integrantes del equipo tienden a relacionarse entre sí por medio de vínculos de dependencia recíproca y familiaridad recíproca, no debemos confundir el tipo grupal así constituido con otros, tales como el grupo informal o la camarilla. El miembro de un equipo es un individuo cuya cooperación dramática se depende para suscitar una definición dada de la situación; si ese individuo llega a estar fuera de los límites de las sanciones informales e insiste en revelar el juego, o en obligarlo a tomar una dirección determinada, sigue siendo, no obstante, parte del equipo.
En realidad, puede ocasionar esa clase de dificultad precisamente porque forma parte del equipo. Así, el obrero solitario de la fábrica que se convierte en el hombre que “sobrepasa la norma” es, sin embargo, parte del equipo, aunque su productividad perturbe la impresión de los demás obreros tratan de fomentar acerca de lo que constituye una jornada de trabajo arduo.[3] Para entender lo que el autor define como “una región” ésta puede ser definida como “todo lugar limitado, hasta cierto punto, por barreras antepuestas a la percepción”.[4] Las regiones varían, naturalmente, según el grado de limitación y de acuerdo con los medios de comunicación en los cuales aparecen dichas barreras. Así, gruesos paneles de vidrios, como los que encontramos en las salas de control de las radioemisores, pueden aislar una región en el aspecto auditivo, aunque no en el visual, mientras que una oficina aislada por medio de tabiques de cartón prensado quedará incomunicada en el sentido inverso.
En nuestra sociedad -relativamente de puertas adentro-, una actuación se produce, por lo general, en una región altamente limitada, a la cual se agregan con frecuencia limitaciones temporales. La impresión y la comprensión fomentadas por la actuación tenderán a saturar la región y el período de tiempo, de tal forma que cualquier individuo situado en este conglomerado espacio-temporal se hallará en condiciones de observar la actuación y podrá ser guiado por la definición de la situación que ella suscita.
A menudo, una actuación comprenderá un solo foco de atención visual por parte del actuante y del auditorio, como por ejemplo cuando se pronuncia un discurso político en un auditorio o un paciente habla con el médico en el consultorio de este. Sin embargo, muchas acciones involucran, como partes constitutivas, núcleos o agrupaciones de interacción verbal.
Una reunión social comprende, por lo general, varios subgrupos de conversación, los que varían constantemente en cuanto a su tamaño y composición. En forma similar, el espectáculo que se desarrolla en una tienda comprende varios focos e interacción verbal, cada uno de ellos compuesto por la pareja vendedor-cliente.[5]
Uno de los objetivos finales de todo equipo es sustentar la definición de la situación suscitada por su actuación. Esto implica la sobrecomunicación de ciertos hechos y la comunicación insuficiente de otros. Dadas la fragilidad y la indispensable coherencia expresiva de la realidad que es dramatizada a través de la actuación hay habitualmente hechos que, si atrajeran sobre ellos la atención del auditorio, podrán desvirtuar, desbaratar o anular la impresión que se desea producir mediante esa actuación. Podríamos decir que estos hechos proporcionan “información destructiva”.
Uno de los problemas básicos de muchas actuaciones es, entonces, el control de la información; el auditorio no debe obtener información destructiva acerca de la situación que los actuantes tratan de definir ante él. El equipo debe ser capaz de guardar sus secretos. Distinguimos tres roles decisivos sobre la base de la función: los individuos que actúan; los individuos para quienes se actúan; y los extraños, que ni actúan en la representación ni la presencian.
Cabría suponer que durante la actuación encontraremos una correlación entre función, información disponible y regiones de acceso, de suerte que si conociéramos, por ejemplo, las regiones a las que tuvo acceso un individuo tendríamos que saber qué rol desempeñó y la información de la que dispuso acerca de la actuación. En realidad, la congruencia entre función, información disponible y regiones de acceso raras veces es completa. Suelen aparecer posiciones ventajosas adicionales relativas a la actuación, que complican la relación simple entre función, información y región.
Algunas de estas posiciones ventajosas específicas son asumidas con tanta frecuencia y su significado para la actuación es comprendido con tanta claridad que podemos considerarlas como roles, si bien en relación con los tres roles fundamentales sería conveniente designarlas como discrepantes:
  • El rol del “delator”, que finge ser miembro del equipo de actuantes y de ese modo logra acceso al trasfondo escénico, traiciona luego abierta o secretamente al equipo ante el auditorio.
  • Del “falso espectador”, quien actúa como si fuera miembro del auditorio, pero en realidad está asociado con los actuantes.
  • Y del rol “intermediario” o “mediador”. El intermediario se entera de los secretos de cada bando y da a ambos la impresión sincera de que guardará sus secretos, pero suele dar a cada uno de ellos la falsa impresión de que le es más leal que al otro.[6]

Finalmente, el autor hace referencia a que cuando dos equipos se presentan el uno ante el otro con fines de interacción, los miembros de cada uno de ellos tienden a mantener una línea de conducta que demuestre que son los que pretender ser; tienden en una palabra, a permanecer dentro de su personaje. En la interacción, cada participante se esfuerza comúnmente por conocer y conservar el lugar, manteniendo todo el equilibrio de formalidad e informalidad que haya sido establecido para la interacción, incluso hasta el punto de aplicar este tratamiento a sus propios compañeros de equipo.

Las expresiones ¡Santo Dios!, ¡Dios Mío!, suelen servir para que el actuante admita que se ha colocado momentáneamente en una posición en la que es evidente que no puede mantenerse dentro de su personaje y de su rol.

Estas expresiones representan una forma extrema de comunicación impropia, ajena al personaje, y sin embargo han llegado a ser tan convencionales que casi constituyen un ruego escenificado de perdón por ser muy malos actuantes.[7]

[1] GOLDHABER, Herald. Ibid

[2] GOFFMAN, Ervin. “La Presentación de la Persona en la Vida Cotidiana”.

[3] GOFFMAN, Ervin. Op. Cit. Págs. 88-116

[4] GOFFMAN, Ervin. Loc. Cit. Pág. 116

[5] GOFFMAN, Ervin. Loc. Cit. Págs. 117-151

[6] GOFFMAN, Ervin. Loc. Cit. Págs. 152-179

[7] GOFFMAN, Ervin. Loc. Cit. Págs. 180-220

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